When the waiter brought us our coffee and cigarettes I reminded Gerald of his promise. He rose from his seat, walked two or three times up and down the room, and, sinking into an armchair, told me the following story: -
'One evening,' he said, 'I was walking down Bond Street about five o'clock. There was a terrific crush of carriages, and the traffic was almost stopped. Close to the pavement was standing a little yellow brougham, which, for some reason or other, attracted my attention. As I passed by there looked out from it the face I showed you this afternoon. I fascinated me immediately. All that night I kept thinking of it, and all the next day. I wandered up and down that wretched Row, peering into every carriage, and waiting for the yellow brougham; but I could not find ma belle inconnue, and at last I began to think she was merely a dream. About a week afterwards I was dining with Madame de Rastail. Dinner was for eight o'clock; but at half-past eight we were still waiting in the drawing-room. Finally the servant threw open the door, and announced Lady Alroy. It was the woman I had been looking for. She came in very slowly, looking like a moon-beam in grey lace, and, to my intense delight, I was asked to take her in to dinner. After we had sat down I remarked quite innocently, "I think I caught sight of you in Bond Street some time ago, Lady Alroy." She grew very pale, and said to me in a low voice, "Pray do not talk so loud; you may be overheard." I felt miserable at having made such a bad beginning, and plunged recklessly into the subject of French plays. She spoke very little, always in the same low musical voice, and seemed as if she was afraid of some one listening. I fell passionately, stupidly in love, and the indefinable atmosphere of mystery that surrounded her excited my most ardent curiosity. When she was going away, which she did very soon after dinner, I asked her if I might call and see her. She hesitated for a moment, glanced round to see if any one was near us, and then said, "Yes; to-morrow at a quarter to five." I begged Madame de Rastail to tell me about her; but all that I could learn was that she was a window with a beautiful house in Park Lane, and as some scientific bore began a dissertation of widows, as exemplifying the survival of the matrimonially fittest, I left and went home.
'The next day I arrived at Park Lane punctual to the moment, but was told by the butler that Lady Alroy had just gone out. I went down to the club quite unhappy and very much puzzled, and after long consideration wrote her a letter, asking if I might be allowed to try my chance some other afternoon. I had no answer for several days, but at last I got a little note saying she would be at home on Sunday at four, and with this extraordinary postscript: "Please do not write to me here again; I will explain when I see you." On Sunday she received me, and was perfectly charming; but when I was going away she begged of me, if I ever had occasion to write to her again, to address my letter to "Mrs. Knox, care of Whittaker's Library, Green Street." "There are reasons," she said, " why I cannot receive letters in my own house."
'All through the season I saw a great deal of her, and the atmosphere of mystery never left her. Sometimes I thought that she was in the power of some man, but she looked so unapproachable that I could not believe it. It was really very difficult for me to come to any conclusion, for she was like one of those strange crystals that one sees in museums, which are at one moment clear, and at another clouded. At last I determined to ask her to be my wife: I was sick and tired of the incessant secrecy that she imposed on all my visits, and on the few letters I sent her. I wrote to her at the library to ask her if she could see me the following Monday at six. She answered yes, and I was in the seventh heaven of delight. I was infatuated with her: in spite of the mystery, I thought then - in consequence of it, I see now. No; it was the woman herself I loved. The mystery troubled me, maddened me. Why did chance put me in its track?'
'You discovered it, then?' I cried.
'I fear so,' he answered. 'You can judge for yourself.'
Translation
Cuando el camarero nos trajo el café y los cigarrillos, recordé a Gerald su promesa. Se levantó de su asiento, paseó dos o tres veces de un lado a otro de la habitación y, hundiéndose en un sillón, me contó la siguiente historia:
"Una tarde " dijo- "a eso de las cinco bajaba yo por Bond Street . Había una gran aglomeración de carruajes, y éstos estaban casi parados. Cerca de la acera, había un cochecito amarillo que, por una razón u otra , atrajo mi atención. Al pasar junto a él, vi asomarse el rostro que te he enseñado esta tarde. Me fascinó al instante. Seguí pensando en ella toda esa noche y todo el día siguiente. Deambulé arriba y abajo por esa maldita calle, mirando dentro de todos los carruajes y esperando aquel amarillo; pero no pude encontrar a mi bella desconocida y empecé a pensar que se trataba de un sueño. Aproximadamente una semana después, estaba cenando en casa de Madame de Rastail. La cena iba a ser a las ocho; pero a las ocho y media , seguíamos esperando en el salón. Finalmente, el criado abrió la puerta y anunció a lady Alroy. Era la mujer que había estado buscando. Entró muy despacio, como un rayo de luna vestido de encaje gris y, para mi inmensa dicha , me pidieron que la acompañase al comedor.
Después de sentarnos comenté inocentemente ` Creo que la vi en Bond Street hace unos días, lady Alroy'
Se puso muy pálida y me dijo en voz baja:
`No hable tan alto, por favor; pueden oírlo. `'
Me sentí muy desdichado por haber empezado tan mal, y me enfrasqué temerariamente en el tema del teatro francés. Ella apenas decía nada, siempre con la misma voz baja y musical, y parecía como si tuviera miedo de que alguien la escuchara. Me enamoré apasionadamente , estúpidamente , y la indefinible atmósfera de misterio que la envolvía excitaba mi curiosidad. Cuando estaba a punto de marcharse, poco después de la cena, le pregunté si podría y visitarla. Ella vaciló un momento, miró a uno y otro lado para comprobar si había alguien cerca de nosotros, y luego dijo:
`Sí, mañana a las cinco menos cuarto. '
Rogué a Madame de Rastail que me hablara de ella, pero lo único que logré saber fue que era una viuda con una hermosa casa en Park Lane; y como algún aburrido científico empezó a disertar sobre las viudas, a fin de ilustrar la supervivencia de los más capacitados para la vida matrimonial, me despedí y regresé a casa.
Al día siguiente llegué a Park Lane con absoluta puntualidad, pero el mayordomo me dijo que lady Alroy acababa de marcharse. Fuí al club bastante apesadumbrado y totalmente perplejo, y, después de meditarlo largamente , le escribí una carta preguntándole si podría verla alguna otra tarde. No tuve respuesta en varios días, pero finalmente llegó una pequeña nota diciendo que estaría en casa el domingo a las cuatro, y con esta extraordinaria postdata:`Le ruego que no vuelva a escribirme a esta dirección; se lo explicaré cuando le vea ¨. El domingo me recibió y estuvo totalmente encantadora; pero, cuando iba a marcharme, me rogó que, si en alguna ocasión le escribía de nuevo, dirigiera mi carta `a la atención de Mrs Knox, Whittaker's Library Green St.´.
'Existen razones´ -dijo- `por las que no puedo recibir cartas en mi propia casa´.
Durante toda aquella temporada, la vi con asiduidad, Y jamás la abandonó aquel aire de misterio. A veces pensaba que estaba bajo el poder de algún hombre, pero parecía tan inaccesible que no podía creerlo. Era realmente difícil para mí llegar a alguna conclusión, porque era como uno de esos extraños cristales que se ven en los museos, y que son transparentes un momento y empañados otros. Al final decidí pedirle que se casara conmigo: estaba hasta la coronilla del constante sigilo que imponía a todas mis visitas y en las pocas cartas que le enviaba. Le escribí a la biblioteca para preguntarle si podía reunirse conmigo el lunes siguiente a las seis. Me respondió que sí, y yo me encontraba en el séptimo cielo de alegría . Estaba locamente enamorado de ella, a pesar del misterio, pensaba yo entonces -por efecto de él, comprendo ahora-. No; era la mujer en sí lo que yo amaba. El misterio me inquietaba , me enloquecía. ¿Por qué me puso el azar en su camino?
"Entonces, ¿lo descubriste? "-exclamé. Durante toda aquella temporada, la vi con asiduidad, Y jamás la abandonó aquel aire de misterio. A veces pensaba que estaba bajo el poder de algún hombre, pero parecía tan inaccesible que no podía creerlo. Era realmente difícil para mí llegar a alguna conclusión, porque era como uno de esos extraños cristales que se ven en los museos, y que son transparentes un momento y empañados otros. Al final decidí pedirle que se casara conmigo: estaba hasta la coronilla del constante sigilo que imponía a todas mis visitas y en las pocas cartas que le enviaba. Le escribí a la biblioteca para preguntarle si podía reunirse conmigo el lunes siguiente a las seis. Me respondió que sí, y yo me encontraba en el séptimo cielo de alegría . Estaba locamente enamorado de ella, a pesar del misterio, pensaba yo entonces -por efecto de él, comprendo ahora-. No; era la mujer en sí lo que yo amaba. El misterio me inquietaba , me enloquecía. ¿Por qué me puso el azar en su camino?
"Me temo que sí " repuso. " Puedes juzgar por ti mismo. "
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